Hoy os presentamos a Francisco, María José y Sandra, una familia madrileña que no solo ha adoptado, sino que también ha ofrecido su hogar como casa de acogida a más de 20 perretes a lo largo de los años. Su historia es una de esas que te reconcilia con el mundo y te recuerda lo importante que es dar una segunda oportunidad a quienes más lo necesitan.
Todo comenzó hace ya bastantes años, cuando, por circunstancias personales, no podían tener perro en casa. Sin embargo, su amor por los animales les llevó a colaborar como padrinos con una protectora cercana a Madrid, ANAA. Paseaban a los perros, les daban compañía y, sobre todo, permitían que Sandra, que por entonces era pequeña, compartiera momentos con ellos y aprendiera desde muy pronto el valor de cuidar y respetar a los animales.
Poco a poco, la implicación fue creciendo y empezaron a acoger cachorros en casa. Esos primeros días de vida tan importantes para su socialización los pasaban rodeados de cariño. Por su hogar han pasado más de 20 perros y, como suele ocurrir cuando se da con el compañero perfecto, tres de ellos se quedaron para siempre en la familia o con parientes cercanos.
Uno de ellos es Cal, un perro tranquilo, dulce y educado que conquistó el corazón de todos desde el primer fin de semana. Aunque al principio pensaron en encontrarle una familia, cuando vieron que nadie lo adoptaba, su destino estaba claro: Cal se quedaba. Desde entonces han pasado 13 años, y Cal sigue siendo uno más en la familia, disfrutando ahora de merecidas vacaciones en Cantabria.
Pero su labor como casa de acogida no terminó ahí. Siempre que desde ANAA les llamaban con una urgencia, ellos estaban dispuestos a ayudar. Como bien dice María José: “Puede que no se queden para siempre con nosotros, pero el tiempo que están aquí es tiempo de calidad, mucho mejor que pasarlo solos en un refugio. Aquí están en familia, rodeados de cariño, y eso les cambia por dentro. Se nota mucho el antes y el después.”
Han vivido experiencias preciosas, desde cachorros nerviosos hasta perretes con miedo que poco a poco iban cogiendo confianza. “Recuerdo una mastina que se escondía detrás del váter del baño, muerta de miedo. Dos semanas después, era otra: activa, alegre… lista para encontrar su familia definitiva.”
Como bien señala Sandra, aunque a veces cueste despedirse, saben que el refugio hace entrevistas y selecciona a las mejores familias para cada perro. “Cada adopción es personalizada, no es simplemente entregar un perro. Hay perros que necesitan actividad, otros que necesitan calma, y eso lo valoran muy bien. Nosotros les damos ese primer hogar, ese empujoncito, y eso ya es un regalo.”
Además, en este viaje por Cantabria, han podido disfrutar al máximo con Cal. Han paseado por Comillas, Bárcena Mayor, Santander, Ruente o San Vicente de la Barquera, donde Cal ha podido relajarse en la arena, lejos del bullicio. “Lo mejor es que hemos podido entrar con él en casi todos los sitios. Incluso en restaurantes nos han dejado meterlo o nos han ofrecido soluciones si llovía.”
De entre los lugares que más les han gustado, destacan el mercadillo medieval de Comillas, el casco antiguo de Riocorvo, y las rutas de senderismo por Bárcena de Pie de Concha. “Lo bueno de Cantabria es que tienes de todo: mar, monte, pueblos con encanto y naturaleza sin agobios. Cal ha estado feliz. Y si él está bien, nosotros también.”
En definitiva, Francisco, María José, Sandra y Cal son un ejemplo de cómo se puede hacer mucho bien con pequeños gestos, de cómo un hogar puede ser una oportunidad de vida y de cómo los animales, cuando reciben amor, lo devuelven multiplicado.
Gracias por compartir vuestra historia y por recordarnos que siempre hay una forma de ayudar.